≈Ðzur≈ Administrador
Mensajes : 624 Fecha de inscripción : 26/03/2010 Edad : 31 Localización : Chilito pos ô.o Humor : "Confesamos nuestros defectos pequeños para convencer a la gente de que no tenemos grandes"
| Tema: Funeral a una polilla Jue Sep 02, 2010 12:20 am | |
| Fue un día domingo, paseando con el Vlad, mi perro. Jugando al “cágate de calor” (no sé porque siempre se me ocurre salir a pasear cuando el sol pega tan fuerte), pero iba contento, por esas cosas de la vida, sin saber a dónde iba. Incluso, llegué a pensar que fue mi perro quien me sacó a pasear, no me di cuenta que tenía la manilla de la correa atornillada a mi mano, sin tensar y que me encontraba frente a la rejilla de una casa, en la calle de un lugar que desconocía. Desconcertado, miré para todos lados, sentí como si hubiese caminado cuadras y cuadras mientras mi yo recién cerraba la puerta de la casa. Me percaté que estaba quieto, enterrado en el suelo, hablando conmigo mismo, mientras en la casa donde me había detenido había un hombre con un chaleco color burdeo con franjas verdes en el pecho y a medio terminar. Estaba en su patio delantero, mirando el verde pasto, estático, zombi, anonadado o que se yo. Sentí que el Vlad me tiraba de la correa, lo vi entrar sin vergüenza a la casa, bueno es un perro que vergüenza va a tener, y como al hombre no le parecía molestar, también pasé yo. Lo rodeé casi en 180 grados, vi lo que tanto miraba y era solo un pequeño cuadrado de tierra sobre el verde pasto, como si hubiesen enterrado algo. Le toqué el hombro y le dije algo como “What’s up man?” (Pero no en ingles evidentemente, porque por muy perdido que estaba, sabía que seguía en mi país.) El hombre se dio vuelta y me dijo con el rostro lúgubre “No sé qué decir”. Sin entender la situación, le pedí que me contara lo sucedido y que no se saltara ningún detalle, porque quizás era interesante y no quería perderme de algo y bueno, también le pedí un vaso de bebida porque me di cuenta que se me había secado hasta el pensamiento, y porque también no me gusta el agua. Una noche cuando se iba a acostar, después de un pesado día laboral, pensando en el día de mañana, programando el despertador, con el dedo apunto de apagar la luz, vio como una polilla amarillenta entró a su ropero, pero estaba tan cansado que lo dejo pasar. En la mañana al despertar vio a la polilla salir de su armario y cuando tomaba su desayuno, solo, en el comedor, la vio de nuevo en el techo, daba la impresión de que le miraba. Buscó con la mirada algo con que pegarle, un diario, una revista, un paño de cocina, pero estaba un poco atrasado para lapidarla. Cuando estaba listo para salir de su casa e ir a trabajar, la veía volar sobre su cabeza. Le pareció chistoso al principio, “¿Me ira a acompañar al trabajo esta?” pensaba. Pero al abrir la puerta voló lejos y esa sonrisa se esfumó de inmediato. Cuando volvió esa noche, a su solitaria casa, se puso a leer un libro de locos que estaban cuerdos, y en el silencio de una canción escuchó golpecitos en su ventana. Corrió la cortina pero no vio nada, abrió la ventana y, en un microsegundo, entró aquella polilla amarillenta. Directa al armario del hombrecillo que no sabía si era la misma o era otra graciosa polilla, pero decidió no hacerse problemas y continúo leyendo su libro. Y así pasaron días, en que el bichito volador entraba y salía del ropero, pero esto no significaba que existía una buena relación entre los dos, el hombre siempre pensó varias veces en matarla de una vez, pero siempre que la veía estaba haciendo algo y postergaba la misión hasta que se olvidaba de ella. Quizás no se fijó que en su eterna soledad, la polilla le acompañaba, gastaba un poco del espacio que sobraba en su casa. Quizás no pensó en esto y más, antes de acostarse, justo cuando su dedo índice acariciaba el interruptor y apareció la condenada. No dejó que entrara a su ropero y con el mismo libro de los locos cuerdos la golpeó en el aire haciendo que rebotara en la pared. Aturdida calló de espalda al suelo y moviendo sus patitas desesperadamente, el hombre le rocía insecticida, observando cómo lentamente deja de mover cualquier extremidad hasta yacer muerta. Como él nunca supo si era la misma de todos los días, aquella que le miraba con atención en el desayuno, la que salía de la casa junto a él y que buscaba cualquier modo para volver a entrar, decidió mirar adentro del closet para ver si es que habían más, “¡Quizás toda una familia vive ahí!” pensó. Pero al abrir el armario, vio entre todas sus chaquetas, polerones, abrigos, etc., que había algo nuevo, era un chaleco burdeo con franjas verdes en el pecho hecho por una polilla y con las bastas sin terminar. Miró como en el suelo descasaba sin vida la amarillenta, volvió la mirada al chaleco y se sintió torpe, estúpido, asesino y destrozado. A pesar de que todo pareciera una mentira, una completa ficción, esa noche no logró dormir, no podía quitar de su mente a la polilla, el chaleco burdeo, y su acción animal. Pensaba en que podría hacer ahora, estaba muerta y fue su culpa, solo quería hacerle un chaleco, quería hacerle un poco de compañía, destrozar su soledad, hacerle feliz. No se dio cuenta cuando el día empezó a aclarecer y aun seguía en su cama, destapado, con la luz encendida, pensando. Al final decidió ponerse el chaleco y tomar a la pequeña polilla en sus manos, salió hacia el patio delantero de su casa, y con sus propias uñas, cavó un pequeño agujero, puso dentro a la amarillenta y la tapó. Era lo más humano que le podía hacer a un bicho, pero aún así no se le quitó la sensación de culpa. Al rato llegué yo, junto con el Vlad, y me dice que no sabe que decir. Entonces entendí porque. Le dije que escribía el horóscopo en un diario y que puedo intentar escribir algunas palabras en su memoria. El hombre pareció conforme. Tomé una hoja y un lápiz grafito, y dejé que mi mano escribiera a su antojo, que bailara un rato, quizás un bolero por lo triste, encima del papel. La verdad es que no soy muy bueno para esto, sino escribiría en alguna columna del diario, pero siento que entre todas las cosas que dije, decir que “No entiendo porqué debemos apreciar las cosas cuando nos dejan, y no cuando se hacen parte de nuestra vida. ¿Para qué son nuestros sentidos si no nos percatamos de nada?” Fue lo más verdadero, lo más iluminado, lo más coherente y bello que me ha salido en años. Después me fui, volví para mi casa sin saber exactamente como logré llegar, porque mientras las cuadras y las calles pasaban, mi yo estaba aún sentada donde yace la primera polilla, que conozco, que ha tejido un chaleco. Pensando en lo que escribiré mañana.
Miércoles, 1 de septiembre 2010
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